Esta historia
sucedió en Galicia,
donde dos mujeres
se daban caricias.
Es un cuento del
siglo XIX con dos princesas
reales,
pertenecientes a la clase burguesa.
Bella era Sol,
morena azabache,
tanto como Luna, de
piel como la leche.
Fueron dos niñas que
juntas jugaron
y, sin darse
cuenta, se enamoraron.
Mas no era la
época. ¡Qué indecencia!
Su amor escondieron
con miedo y paciencia.
Rodeadas de besos
juntas estudiaron
y al acabar de
maestras trabajaron.
Pero hay mentes que
no entienden y dañan,
y a dos ángeles separaron con guadaña.
Sol burlaba la
noche y cada mañana,
entre amor y
sueños, despertaba con su amada.
Luna, con disimulo,
vencía al día
en bici iba con
Sol, con quien comía.
Sus cuerpos se
abrazaban, frágil porcelana,
confundiéndose enlazados
en la blanca cama.
Su amor fue tan
grande que de nuevo fueron pilladas,
sus familias las
rechazaron y fueron separadas
por pueblos,
caminos, rías y cerros
que no hacían más
que avivar sus recuerdos.
Sol, loca
enamorada, se vistió de Lorenzo
para pintar esta
historia en otro lienzo,
y dejando todo en
busca de su amada
huyó con la lluvia de una madrugada.
Luna la agasajó con
besos y un te quiero
presentando a su
“novio“, un joven marinero
que con la
identidad de su primo difunto se hizo,
un hombre extraño
que no recibió bautizo.
Tanto esta historia
conmovió al cura
que no dudó en
casar a las criaturas.
Tras la boda la
gente vio la evidencia
y fueron culpadas
pese a su inocencia.
Declaradas en busca
y captura,
la pareja se dio a
la fuga.
Escaparon tras ser
perseguidas,
en un barco
encauzaron sus vidas.
Hacia América
pusieron rumbo,
nadie supo de ellas
en el Nuevo Mundo.