Fuera
la niebla limpia las horas,
se
acicalan para recibir otro invierno.
Yo
hago de las sábanas raíles,
huye
mi nariz del amargo olor a vida
y
me descubro como un potro descalzo.
Corro
entre caballos y yeguas de ojos celestes,
siento
al rocío tomar vida entre mis patas.
¡Salpica!
Cada
paso implica un nuevo sonido
en
el fruto del amor entre tierra y luz.
Escucho
palabras bellas que se han de inventar,
vienen
aires de esperanza a peinar nuestras crines
y
yo corro, corro, vuelo como el pájaro en llamas.
De
mi trote nacen raíces, llamadlas recuerdos.
Las
cuestas hacen presencia para frenar nubarrones,
alimentan
al arroyo sus lágrimas
y
sonríen al ver beber a la manada.
Alzo
la mirada por encima del tiempo,
veo
senderos por doquier.
Cada
paisaje quiere calzarme,
hacerme
familia suya, de corazón.
Diluidas
en cada momento
mis
patas son estrellas fugaces,
tantos
ciclos en cuatro estaciones
hacen
olvidar la materia de mi figura.
Este
potro perdido abre los ojos.
No
soy yo. Eres tú, padre. Has cruzado el lodazal
y la palabra cáncer es sólo un mal recuerdo.
Muchas gracias como bien dices,esto solo va a ser un mal recuerdo, un abrazo
ResponderEliminarEs como si del lomo del potro descalzo que eres tú, se desgajara otro igual, mitad de tu mitad, renovado, victorioso, ganador de la batalla que le enfrenta a ese cáncer que se aleja mientras el potro corre veloz. Precioso poema para un gran hombre. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras, un abrazo.
EliminarVuela muy alto y cala muy hondo tu poema, Antonio. Gracias por el calor que traes para combatir este frío invierno de nuestra existencia. Espero tu permiso para llevarlo a nuestra pequeña biblioteca. Un afectuosos saludo para ti y también para tu padre
ResponderEliminarMuchas gracias, Lola. Ya es vuestro. Un fuerte abrazo.
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