Como cualquier mortal,
Carlos era de carne y hueso.
Por dentro estaba relleno
de bondad, letras
y amor por nuestro pueblo
y sus tradiciones.
Construyó una máquina del
tiempo con palabras,
como si fuese Saturno nos
invitaba a viajar
por las tierras
parturientas de cereales, aceitunas y uvas;
nos paseaba por estas
calles, tan rejuvenecidas entonces…
Panaderías, molinos,
yunques y martillos aún trabajan
en la historia de nuestro
pueblo gracias a sus manos.
Con las panzas llenas nos ha hecho salivar su escritura,
al llegar cualquier fiesta
amasaba nuestra gastronomía
o nos acercaba a sus
orígenes, con el reflejo de los cambios
entre los que se ha movido
su existencia, tan animosa.
Ahora, desde allí arriba,
habla a los ángeles sobre nosotros.
A Carlos Piqueras Medina