Cuatro son las puntas de
esta cruz,
la estrella que nos
acorrala aquí y ahora
y dentro de este caos nos
asfixia
entre pretéritos y
devenires.
El patibulum maneja a sus
anchas
todos los pasos. Más o
menos sujetos
por la salud, la dicha y
el apego.
La cruz suma y no lo
vemos. Restamos
serrín a su cuerpo. Con
chispas y virutas
se esculpe la indiferencia
entre iguales.
Descendemos por su stipes
hacia el suelo
mientras lo vivido se
dibuja cuesta arriba
con un vértigo ardiente.
No cabe nada más,
las distracciones son
escarcha en la tarde.
La vida es aquello que nos
impulsa
al andar con el cuerpo
vacío.
Las vivencias, caramelos
adheridos
en el paladar de una boca
sin dientes.
Con hambre de carcoma
abrimos los ojos,
el olor a tierra nos
enseña a apreciar los días.
Su dulciamarga esencia
engaña,
no es un regalo lo que
mata.