A Antonio.
Él
a sus sesenta, y a veces quince,
se
fuma el mundo como quiere.
Carga
sin pesar en sus espaldas
aquello
que no le dejaron ser
sin
mirar con los ojos del rencor.
Hace
de la nieve un lago
donde
construye patos de alambre
y
si no nadan, les sopla.
Él
a sus sesenta, y a veces triste,
no
sabe qué cable agarrar
cuando
soplan tempestades.
No
entiende de peleas y se aferra al suelo.
Siervo
de las dos generaciones
que
caminan entre sus abrazos
venció a Edipo sin desenvainar la espada
mientras
Electra le miraba de reojo.
Él
a sus sesenta y siempre padre.
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