Estoy de crisis hasta los cataplines.
Se alteran mis humores
al leer manos manchadas de vergüenza,
manos que ataría al ojo por ojo
hasta verlas sin huesos
de no conformarse con acariciar.
Esas manos arañan
las bocas que lamen cubos de basura
y salivan al oír la puerta trasera del súper
donde hacen morcillas con la sangre de los cajeros,
esa gente que recuerda sonrisas en la calle
y no sabe qué hacer con sus manos
salvo agarrarse a la vida.