Tienes un arañazo en la espalda,
resma de amor que una zarza tatuó
quedándose tu ropa enganchada
para engalanar el campo sin necesidad
y mostrar tu belleza desnuda,
belleza arañada que impide olvidar aquel día.
Ay, amor. – Decías entonces.
Ay, amor. – Ahora lloras
con la marca de la zarza
que se enredó en tu cuerpo,
la marca que tantas lenguas lamen
y no consigues olvidar:
tu piel penetrada,
veneno inocuo altera tus venas
quemando todas las ramas
cada vez que tocas la cicatriz,
volviendo a sentir esa piel candente
enganchada a tu piel.