En 1890, Emil von Behring y Kitasato Shibasaburo
descubrieron los anticuerpos.
Hasta entonces se han dedicado vidas a las
divinidades,
cuando los verdaderos dioses los llevamos dentro.
No hay anticuerpos contra el tiempo,
su vacuna es un recuerdo y acaba
diluido entre la carne, camino a marchitarse.
Esta enfermedad de los días tiene síntomas
de leve enredo entre partículas cronológicas.
Se suceden los momentos mientras nos empujan
al final, donde tal vez seamos conscientes de la
gravedad
de esta epidemia: Los progresos no realizados ya son
cadenas
sobre los tobillos del futuro, arrastran nuestro
lastre
entre esta ignorancia transparente.